Queridos hermanos y hermanas, ¡Fiat!
Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. Esta fiesta contiene dos elementos. Por una parte, orienta nuestra mirada al cielo, donde Jesús glorificado se sienta a la derecha de Dios (Mt 16,19). Por otra parte, nos recuerda el inicio de la misión de la Iglesia: ¿por qué? Porque Jesús resucitado ha subido al cielo y manda a sus discípulos a difundir el Evangelio en todo el mundo. Por lo tanto, la Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para después dirigirla inmediatamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor resucitado nos confía.
Es lo que nos invita a hacer la página del día del Evangelio, en la que el evento de la Ascensión viene inmediatamente después de la misión que Jesús confía a sus discípulos. Se trata de una misión sin confines - es decir literalmente sin límites - que supera las fuerzas humanas. Jesús, de hecho, dice: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación» (Marcos 16,15). Parece de verdad demasiado audaz el encargo que Jesús confía a un pequeño grupo de hombres sencillos y sin grandes capacidades intelectuales. Sin embargo, esta reducida compañía, irrelevante frente a las grandes potencias del mundo, es invitada a llevar el mensaje de amor y de misericordia de Jesús a cada rincón de la tierra.
Pero este proyecto de Dios sólo se puede realizar con la fuerza que Dios mismo concede a los Apóstoles. En ese sentido, Jesús les asegura que su misión será sostenida por el Espíritu Santo. Y dice así: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (He 1,8). Así que esta misión pudo realizarse y los apóstoles iniciaron esta obra, que después fue continuada por sus sucesores. La misión confiada por Jesús a los apóstoles ha proseguido a través de los siglos, y prosigue todavía hoy: requiere la colaboración de todos nosotros. Cada uno, en efecto, por el Bautismo que ha recibido está habilitado por su parte para anunciar el Evangelio. Es precisamente el Bautismo el que nos capacita y también nos impulsa a ser misioneros, a anunciar el Evangelio.
La Ascensión del Señor al cielo, mientras inaugura una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, nos pide que tengamos ojos y corazón para encontrarlo, para servirlo y para testimoniarlo a los demás. Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión, es decir, buscadores de Cristo a lo largo de los caminos de nuestro tiempo, llevando su palabra de salvación hasta los confines de la tierra. En este itinerario encontramos a Cristo mismo en los hermanos, especialmente en los más pobres, en los que sufren en carne propia la dura y mortificante experiencia de las viejas y nuevas pobrezas. Como al inicio Cristo Resucitado envió a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo, así hoy Él nos envía a todos nosotros, con la misma fuerza, para poner signos concretos y visibles de esperanza. Porque Jesús nos da la esperanza, se fue al cielo y abrió las puertas del cielo y la esperanza de que lleguemos allí.
Respecto al misterio de la Ascensión, el 12 de mayo de 1929 Jesús le dice a Luisa que la Humanidad de Jesús rehízo en sí y sobre sí todos los males de la humanidad decaída hasta morir, para darle la virtud de hacerla resucitar de la muerte a la que estaba sujeta. Por eso Jesús no dejó el reino de la Divina Voluntad en la tierra, porque faltaba la humanidad del Adán inocente, gloriosa e inmortal, para poder impetrar y recibir el gran don del reino del “Fiat”. Por lo tanto, era necesario que Su Humanidad rehiciera primero a la humanidad decaída y le diera todos los remedios para levantarla, luego morir y resucitar con los dones del Adán inocente, para darle al hombre lo que había perdido. No sólo eso, sino que quiso ascender al Cielo con Su hermosa Humanidad, revestida de luz, tal como salió de las manos de Dios, para decirle al Padre Celestial: “Padre mío, mírame: mi Humanidad está rehecha, el reino de nuestra Voluntad está a salvo en Ella, Yo soy el jefe de todos y quien te reza tiene todo el derecho de pedir y dar lo que posee”.
Se necesitaba una humanidad inocente con todos los dones con los que salió de Dios, para impetrar nuevamente el reino de la Divina Voluntad en medio de las criaturas. Hasta entonces faltaba, y Jesús lo adquirió con su muerte y ascendió al Cielo para cumplir su primera y segunda tarea: impetrar y dar el reino de la Divina Voluntad en la tierra. Hace unos dos mil años que esta Humanidad de Jesús ha estado orando y la Divina Majestad, sintiéndose rebosar nuevamente, más bien, con más intensidad, el amor de la Creación que había tenido al crear al hombre, y sintiéndose extasiada y fascinada por las bellezas de la Humanidad de Jesús, salió de nuevo y, abriendo los Cielos, hizo llover a torrentes la lluvia de luz de los muchos conocimientos sobre el “Fiat”, para que como lluvia descienda sobre las almas y con su luz avive y sane la voluntad humana y, transformándola, eche la raíz de la Voluntad Divina en los corazones y extienda su reino sobre la tierra. Para venir el reino en la tierra, primero tenía que darlo a conocer, dar a conocer que quiere venir a reinar y Jesús, como un hermano mayor de la familia humana, está haciendo todas las prácticas en el Cielo con la Divinidad, para darle una adquisición tan grande. Entonces, era necesario que Jesús ascendiera al Cielo con Su Humanidad glorificada, para poder recuperar una vez más el reino del “Fiat” para sus hermanos e hijos.