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II Domingo de Adviento

Convertíos... preparad el camino al Señor

01/12/2022
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Amadísimos hermanos y hermanas, Fiat!

En el camino del Adviento, nos ayuda Juan el Bautista: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor” (Mt. 3,3). ¡Voz que clama en el desierto! Parece una definición que desanima. ¿De qué sirve gritar en el desierto? Y sin embargo Juan se presenta precisamente así y no se desanima. De hecho él se siente feliz por el bien que hace y no por las respuestas que encuentra. Apliquémonos a nosotros esta indicación. ¿Nosotros cristianos con frecuencia no somos una voz que clama en el desierto? ¿Nos viene la tentación de decir: de qué sirve? Pero nosotros no debiéramos preocuparnos por los frutos: debemos más bien preocuparnos de estar con Cristo y de vivir con él. El Señor hará el resto en el corazón de los hermanos.

 “Preparad el camino al Señor”. Estas palabras están llenas de sensatez y sabiduría. Es necesario preparar el camino del Señor porque el camino hacia Dios está obstruido, lo hemos llenado de obstáculos: con nuestro pecado hemos elevado un muro entre nosotros y Dios. Es necesario colmar los precipicios de la vanidad, del vacío, de lo efímero, que todos llevamos dentro; es necesario abajar las montañas de la presunción, del orgullo, de la autosuficiencia: “montañas” ¡que todos, desafortunadamente, conocemos bien! Solo entonces Dios podrá pasar y sucederá el encuentro: será un momento maravilloso, veremos en verdad florecer el desierto. Es difícil describir la emoción profunda de una conversión. Los diarios de los convertidos son páginas luminosas que hacen sentir una alegría incontenible: son narraciones que fijan la emoción en el encuentro con Dios. Es una experiencia que también nosotros debemos tener y hacer. ¿Pero cómo?

El Evangelio de Mateo continua presentando las características de Juan el Bautista: “tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre”. Juan vive y anuncia lo que vive: ahí está su grandeza, ahí está el secreto de su fascinación. Juan no se limita a indicar el camino justo. Él camina por el camino justo e invita a los demás a caminar con él. Esta es la misión del cristiano: anunciar con el testimonio. Santa Teresa de Calcuta un día exclamó: “Antes de predicar el Credo, preguntémonos si somos creíbles”. Y Gandhi mirando a los cristianos de Europa comentaba con tristeza: “Si vivieran el Evangelio, yo estaría de su parte”. Dejémonos entonces cuestionar por las lecciones de Juan el Bautista. Nosotros hoy somos voz de Dios: a nosotros se nos ha entregado el Evangelio, la esperanza; a nosotros se nos ha entregado Dios mismo: “Como el Padre me envió así os envío yo”. Pero ¿somos nosotros una ayuda o un obstáculo para el amor de Dios? ¿Somos un argumento a favor de Dios o un velo que lo esconde? De hecho ¿qué es lo que hace Juan? Juan habla claro y se vuelve severo sobre todo con aquellos que tienen la presunción de ser “religiosos” solamente a través de las prácticas y tradiciones. Juan recuerda a todos que la religión si no se hace vida es falsa: de hecho se es “religioso”, es decir, cristiano, solamente cambiando de vida y produciendo frutos dignos de penitencia. Uno queda justificado ante Dios no por lo que decimos, sino por lo que hacemos: a Dios no lo podemos engañar, porque Él lee el corazón. Juan le recuerda a los fariseos, a los saduceos y también a nosotros que los dones de Dios no son privilegios, sino responsabilidades. La invitación a la coherencia es sumamente actual. Al final, Juan se hace a un lado. La finalidad de su vida está en conducir hacia Cristo y no en ponerse en su lugar.

Mirando la figura de Juan el Bautista que ha preparado el camino a Jesús Redentor, podemos ver en Luisa a aquella que ha preparado el camino del Reino de la Divina Voluntad. Es la misión que Luisa recibió y que ante todo Jesús preparó en su alma.

En el capítulo del 22 de octubre de 1926, Jesús mismo le explica a Luisa lo que está obrando en ella por el Reino de la Divina Voluntad. Teniendo que preparar el gran milagro del reino del “Fiat Supremo”, Jesús está haciendo con Luisa, como hija primogénita de la Divina Voluntad, lo que hizo con su Santísima Madre.

Cuando Jesús tuvo que preparar el reino de la Redención, atrajo tanto a su madre, la mantuvo muy ocupada en su interior, para poder formar junto con ella el milagro de la Redención; tenían muchas cosas que hacer juntos, cosas que rehacer, completar, tanto que tuvo que esconder al exterior cualquier cosa que pudiera llamarse milagro, a excepción de su perfecta virtud. Y así la hizo más libre para que pudiera recorrer el mar interminable del “Fiat Eterno”, para tener acceso a la Divina Majestad y obtener el reino de la Redención. ¿Qué era más importante, que María le hubiera dado la vista a los ciegos, la palabra a los mudos y así por el estilo, o bien el milagro de hacer que el Verbo descendiera sobre la tierra? Los primeros habrían sido milagros accidentales, pasajeros e individuales; el segundo en cambio es milagro permanente y para todos, con tal de que así lo quieran. Por eso los primeros habrían sido nada comparados con el segundo.

Ahora Jesús está haciendo así con Luisa, para preparar el reino del “Fiat Supremo”: la mantiene consigo, le hace recorrer su mar interminable para darle acceso al Padre Celestial, para que le pida, lo venza, lo domine, para obtener el “Fiat” del reino. Y para cumplir y consumar en ella toda la fuerza milagrosa que se necesita para un reino tan santo, la mantiene todo el tiempo ocupada en su interior en la labor de su reino, la hace girar continuamente para hacer, para rehacer, para completar todo lo que se necesita y que todos debieran hacer para formar el gran milagro del reino de la Divina Voluntad. Externamente no se ve nada de milagroso, solamente la luz de la Divina Voluntad.

Lo que Dios obra está escondido pero tiene sus efectos en la vida de las personas. ¿Cuál fue el milagro más grande de Jesús: su palabra, el Evangelio que anunció o bien el milagro de dar vida a los muertos, la vista a los ciegos, el oído a los sordos? El más grande milagro fue su Palabra, su Evangelio. Los milagros mismos salieron de su Palabra, la base, la sustancia de todos los milagros salieron de su palabra creadora. Los Sacramentos, la Creación misma–milagro permanente- obtuvieron la vida de su Palabra, y la misma Iglesia tiene por régimen, por fundamento, su Palabra, su Evangelio.

La palabra de Dios es como un viento impetuoso que corre, golpea el oído, entra en los corazones, calienta, purifica, ilumina, gira y vuelve a girar de nación en nación, recorre todo el mundo, gira por todos los siglos. Y si alguna vez parece que Dios calla, no es así, está escondido, su Palabra no se terminará jamás, porque contiene la vida, la fuerza milagrosa de Aquel que la dio a luz. Por eso Jesús le confirma a Luisa que cada palabra que le dice es una manifestación que hace sobre el “Fiat Eterno”, es el milagro más grande, que servirá para el reino de la Divina Voluntad.

Don Marco
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