Queridos hermanos y hermanas, ¡Fiat!
El pasaje del relato de Marcos resume la pobreza y sencillez con que debemos proclamar el Evangelio de Cristo entonces como hoy. No debemos confiar en los medios humanos, sino en la cercanía y el poder de Dios. La misión no se basa ni en la amplitud del consentimiento ni en las previsiones de acogida, sino en la urgencia del Evangelio. El evangelio no es una técnica de transmisión del pensamiento, no una teoría filosófica, sino una experiencia de vida hecha con Dios y con Cristo.
El verdadero anuncio pasa por el testimonio personal, por la inversión de las propias energías humanas, culturales y espirituales para proponer a los demás la persona en la que creemos firmemente y por quien lo arriesgamos todo, ese Jesús, que murió y resucitó por nuestra salvación, el Hijo. de Dios, Redentor de la humanidad, Camino, Verdad y Vida con la que todo hombre, tarde o temprano, tendrá que enfrentarse.
Esto implica la necesaria paciencia de estabilidad. Además, Jesús confía una tarea, pero no garantiza el resultado. Tampoco existe el “satisfecho o reembolsado”.
La enseñanza para la comunidad cristiana es que la proclamación del Reino no es asunto de sacerdotes, frailes y monjas. La profecía, siendo el portavoz de Cristo en el mundo, nos corresponde y nos compete a cada uno de nosotros. Y la forma más fiel y coherente es la que se indica en el Evangelio de hoy.
El anuncio misionero es una vocación esencial de la comunidad cristiana, de toda la comunidad cristiana en virtud del bautismo y la confirmación que todo creyente ha recibido. Todo cristiano en el bautismo fue consagrado Rey, Sacerdote y Profeta. Nadie puede sentirse excluido o exonerado.
Se trata de poner a Cristo en el centro no sólo de nuestra predicación, sino de nuestra propia vida, ya que Él es nuestra salvación, la verdadera y la eterna.
La nueva evangelización necesita obreros del Evangelio que no sólo sean maestros de la fe, sino sobre todo testigos inquebrantables de la fe (San Pablo VI), incluso cuando hay un rechazo prejuicioso de Cristo y de la Iglesia.
El 22 de agosto de 1926, Jesús le dice a Luisa que, quien está llamado como jefe de una misión, no sólo debe abrazar a todos los miembros, sino que debe sostenerlos, dominarlos y constituir la vida de cada uno de ellos, mientras los miembros no dan la vida al jefe ni hacen todo lo que él hace, sino cada uno su propio oficio. Así, quien está llamado como jefe de una misión, abrazando todo lo que le corresponde para poder desarrollar la tarea que se le ha encomendado, sufriendo más que todos y amando a todos, prepara la comida, la vida, las lecciones, los oficios, en función de la capacidad de quienes querrá seguir su misión. Lo necesario para nosotros, que debemos formar el árbol con toda la plenitud de las ramas y la multiplicidad de frutos, no será necesario para los que sólo deben ser una rama o un fruto; su tarea será incorporarse al árbol, para recibir los humores vitales que éste contiene, es decir, dejarse dominar por la Divina Voluntad, nunca dando vida a su voluntad en todas las cosas, tanto interiores como exteriores, para conocer la Divina Voluntad y recibirla como vida propia, para hacerla cumplir su Vida divina; en resumen, hacerla reinar y dominar como Reina.
Quien debe ser jefe, le corresponde que sufra, trabaje y que haga todo lo que los demás harán todos juntos. Jesús hizo esto, porque jefe de la Redención: Él lo hizo todo y sufrió todo por el amor de todos, para darles la vida y ponerlos a todos a salvo. Así como la Virgen Inmaculada, en cuanto Madre y Reina de todos, sufrió, amó y obró por todas las criaturas.
Eso es lo que significa ser jefe. Es cierto que sufres mucho, trabajas mucho, tienes que preparar el bien para todos, pero todo lo que tienes va más allá de todo y de todos. Existe tal distancia entre quién es el jefe de una misión y quién debe ser miembro, que la cabeza puede compararse con el sol, el miembro con la pequeña luz. La misión de la Divina Voluntad es grande, porque no se trata sólo de la santidad personal, sino de abrazar todo y todos y preparar el reino de la Divina Voluntad para las generaciones humanas.