Volver a los evangelios

XXII Domingo del Tiempo Ordinario

31/08/2024
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Queridos hermanos y hermanas,

El de Jesús, en este domingo, es un discurso muy severo hacia los que honran a Dios sólo con los labios pero no se dejan llevar por el corazón, es decir, por la profundidad de la fe y la religión. El Evangelio de hoy requiere una severa relectura de nuestra forma de creer, de expresar y manifestar la fe. Jesús enfatiza la interioridad. Su enseñanza apunta a erradicar la práctica superficial de un ritualismo puramente exterior. La verdadera religión comienza volviendo al corazón. Más de novecientas veces en la Biblia aparece el término corazón: que no debe entenderse como el simple músculo cardíaco, ni como el símbolo de los sentimientos o la afectividad. El corazón, en lenguaje bíblico el lugar donde nacen las acciones y los sueños, donde se elige la vida o la muerte, donde se distingue lo verdadero de lo falso. Cristo nos invita a un cambio radical de ritmo y dirección nos invita a una conversión seria de nuestro corazón y de nuestra vida. La de Jesús es la antropología del corazón puro.

Siempre sorprende la forma de confesarse de la mayoría de nuestros cristianos. Teniendo en cuenta que confesarse con la intención de convertirse es algo muy complejo que realmente requiere la ayuda de la gracia de Dios, no se puede dejar de reflexionar sobre la acusación de los pecados que normalmente se enumeran: la ausencia ocasional de la Misa dominical, alguna palabrota, el olvido o la distracción en la oración matutina y vespertina. Generalmente todo termina aquí. ¿Qué pasa con el resto? Jesús en el Evangelio de hoy enumera doce verdaderos pecados que nunca se confiesan: «malas intenciones, robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaños, deshonestidades, envidia, difamación, orgullo, desatino». Es significativo que Jesús en este contexto no se refiera directamente a los mandamientos escritos en el Decálogo, sino al corazón del hombre, donde se ubican los vicios que lo contaminan, deteriorando su relación no sólo con sus semejantes sino también con Dios.

Y concluye: «Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre». En el lenguaje paulino el corazón llegará a identificarse con la conciencia. De hecho, es precisamente de una conciencia manchada por el pecado de donde deriva todo el mal que una persona puede hacerse a sí misma y a los demás. Jesús no repudia la ley escrita, pero al situar el origen del bien y el mal en la conciencia del hombre, afirma que ella se vuelve viva y operante sólo a través de la mediación del hombre y su búsqueda personal inspirada por la fe.

Ésta también es una de las formas sorprendentes de reducir nuestra relación con Dios a algunas formalidades descuidando y dejando de lado lo esencial. La fe, la verdadera y auténtica, es de una calidad diferente y superior. La fe nos impulsa a un análisis cuidadoso y riguroso de nuestra vida; exige una coherencia lineal de nuestros comportamientos; pone de manifiesto los escondites más recónditos del corazón; quita la máscara de la falta de sinceridad; denuncia los pensamientos y deseos más turbulentos; sacude las falsas seguridades; favorece el despertar de las conciencias, denuncia la hipocresía.

El Señor nos repite hoy que no basta con conocer los mandamientos, sino vivir una vida auténticamente cristiana con compromiso y fe; una vida conforme a todo lo que nos enseña.

El 19 de agosto de 1900 Jesús le explica a Luisa, a través de una similitud, cómo incluso en las cosas santas no se busca tanto a Dios, sino a sí mismo. Tratemos de pensar en el comportamiento de una esposa hacia su esposo y esta toma de amor hacia él, siempre le gustaría estar juntos, sin separarse ni un momento, sin prestar atención a otras cosas debidas a una esposa para felicitar a este joven, ¿qué diría éste? Apreciaría el amor de ésa, pero ciertamente, no estaría contento con su conducta, porque esta forma de amar no sería más que un amor estéril, infértil, que le haría daño a ese pobre joven más que fruto y, poco a poco, este extraño amor le aburriría más que gustarle, porque toda la satisfacción de este amor sería de la joven. Y como el amor estéril no tiene leña para fomentar el fuego, pronto pronto vendría a incinerarse, porque sólo el amor operante es duradero, que otros amores como humo vuelan en el viento y luego nos llegamos a fastidiarnos, a no curar y quizás a despreciar lo que tanto amábamos. Tal es la conducta de aquellas almas que sólo se cuidan de sí mismas, es decir, de su satisfacción, fervor y todo lo que las gratifica, diciendo que eso es amor a Dios, mientras que es toda su satisfacción, porque se puede ver con hechos que no se preocupan de sus intereses y las cosas que pertenecen a Él, y si falta lo que les satisface, ya no se preocupan por Él y hasta llegan a ofenderlo. Sólo el amor operante es lo que distingue a los verdaderos aficionados de los falsos, que todo lo demás es humo.

don Marco
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