Queridos hermanos y hermanas, ¡Fiat!
Es extraño cómo viaja el mundo en los números: se hacen estadísticas, estudios de mercado, encuestas, balances, previsiones, estimaciones. Los números se comparan, se confrontan, se percentualizan, ofrecen una imagen comparable de la realidad. Son imágenes, las numéricas, quizás reales pero extremadamente pobres en pathos, las estadísticas carecen de vida, las historias que esconden, los sufrimientos o alegrías, falta el corazón.
¿ Qué significan las siete veces de Pedro? Quizás la superación de la indicación rabínica del cuatro, quizás la imagen de la totalidad que en la mentalidad semítica recordaba el número siete, pero no es nada si se compara con el setenta veces siete de Jesús. Jesús proyecta a Pedro en la paradoja de una medida sin medida, conduce al exceso la imagen de la totalidad. No les interesan los números que sólo son capaces de producir balances, de cuadrar las cuentas. El perdón no iguala, no cierra cuentas, no restablece el equilibrio agrietado, más bien abre ventanas, abre puertas, establece relaciones, produce dinámicas en las relaciones humanas.
«Porque Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete» (Gn 4,24). Los hombres ven la venganza como una forma de regular las relaciones y restablecer la justicia, pero la venganza siempre va más allá, es muy claro el dicho de Lamec, descendiente de Caín. Hoy usamos el término inglés “escalation” para decir que las cosas nunca terminan y la venganza se convierte en una pelea. En las leyes antiguas y en la Biblia misma se ha puesto un límite a la venganza: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente (Lv 24,19-20).
El número siete es fuertemente simbólico en las relaciones entre las personas y las cosas, entre el hombre y Dios. El número siete indica la libertad: del hombre cada siete días; del campo cada siete años; de la esclavitud cada jubileo, siete veces siete años (Lv 25,8). ¡Es mucho más grande la libertad de perdón! El perdón no libera tanto a quienes lo reciben como a quienes lo ofrecen.
El perdón no borra la memoria, no niega la justicia, sino que nos hace más fuertes que el miedo y la violencia.
La parábola ofrece la imagen de la libertad que procede del perdón y la esclavitud en la que permanece el que sería llamado a perdonar. La crónica de los últimos años nos ha ofrecido raros ejemplos de madres de asesinos reconciliadas con las de las víctimas, y nos ha mostrado lo bueno y la pacificación que conlleva.
El Evangelio tiene una lógica diferente a la justicia humana, la lógica de la separación o el desinterés – dejémoslo atrás – como si nada hubiera pasado. El perdón no es un hecho jurídico que produce sus efectos, cierra las cuentas, más bien nos permite entrar en una nueva dinámica en las relaciones entre las personas para construir un futuro totalmente nuevo.
Es la misma dinámica de Dios: “Pero el perdón está contigo: así tendremos tu miedo” (Sal 130,4). El perdón sólo le pertenece a Dios, es un exceso de su amor. Pero, ¿por qué Dios nos ama tan inmensamente? Simplemente porque quiere vernos poseedores de sus dones, hacernos partícipes de su propia vida que es puro amor.
Esto es lo que Jesús le explica a Luisa el 12 de septiembre de 1937 cuando, al verse tan pequeña y llena de responsabilidad en su misión y ante la inmensidad de Dios, Jesús la anima diciendo que su pequeñez se pierde en la Divina Voluntad y no es ella quien debe manifestar sus verdades, sino que la misma Voluntad de Dios se comprometerá a convertirse en la narradora de lo que ella quiere dar a conocer, por lo tanto llenará su mente, se hará palabra en sus labios y dará a conocer quién es Ella. Por supuesto Luisa no puede sola, pero siempre que le dé a Dios su voluntad, Él lo arreglará todo y dará a conocer lo que quiere decir. Cuando Dios quiere hacer el bien a las criaturas, decir una verdad, que es el mayor bien que puede dar, porque al decirla la entrega como don, primero lo hace madurar en el seno de su Divinidad y cuando ya no puede contenerlo, lo da porque su amor es tanto que quiere ver ese don poseído por las criaturas, por eso lo hace caer en delirios, porque quiere ver ese bien transmitido a las criaturas. Es como una pobre madre que, habiendo formado su parto, se siente morir si no lo da a luz; Dios no puede morir, pero si el bien que quiere dar como su parto no lo saca a la luz, su amor cede en tales excesos, que si las criaturas pudieran verlo, entenderían cómo sabe amar un Dios y en qué penurias lo ponen cuando no reciben el bien que Él quiere darles, por lo tanto cuando encuentra a quien lo recibe, confirma el don, festeja y se siente vencedor del bien que le ha dado y esto, porque habiéndolo recibido una sola criatura, su parto, que salió con tanto amor, se abrirá paso de sí mismo, dará vueltas por todas las criaturas y con su virtud generadora regenerará muchas otras partes, llenará el mundo entero y Dios tendrá la gran gloria de ver el Cielo y la tierra llenos de su don, sus bienes y ver poseedor quien quiera recibirlo. Oirá las voces amorosas por todas partes, las notas de su amor hablante, que corresponden a su amor reprimido, porque no podría haber dejado salir este parto si no hubiera encontrado al menos a una criatura que quisiera recibirlo. Para Dios, hacer el bien es pasión, donar es el delirio continuo de su amor y cuando encuentra a quien lo recibe, siente en el don su propia vida y su descanso. Por eso ama tanto a quien se presta primero a recibir su parto, confía en ella, la hace su secretaria y, al verse tan amada por Dios, ella se compromete a amarlo por todos y se forma una sola entre ella y Dios. Cada palabra que procede de Dios es un desahogo de amor que Él hace con la criatura, de modo que cada palabra dicha sobre la Divina Voluntad es un desahogo de amor que Él hizo y, recibiendo el refrigerio de este desahogo, siguió hablando, para formar la cadena de sus desahogos de amor, porque era un amor reprimido que tenía dentro de sí mismo. Este desahogo de amor llena los Cielos y la tierra, llena a todos, embalsama las penas, se vuelve día en la noche de la culpa, convierte a los pecadores, endereza a los que cojean en el bien, refuerza los buenos, en definitiva, no hay bien que no pueda hacer una palabra suya que contiene un desahogo de su amor. Así es que dejar que Dios hable (y escucharlo) es el mayor bien que se puede hacer a las criaturas y su amor correspondido y darles Vida divina a las criaturas es la mayor gloria que Dios puede recibir. Todo depende de quien esté dispuesto a escucharla, se puede decir que da vida a su palabra, porque Dios nunca habla a menos que encuentre a quien quiera escucharlo. Por eso, quien lo escucha lo ama tanto, que Dios siente que quiere darle vida en medio de las criaturas y Dios le da su propia vida a disposición. Comprometámonos a escuchar la Palabra de Dios, dejemos que su amor lleno de perdón se desahogue, porque muchas veces, cuando Dios no tiene a nadie con quien hacer estos desahogos de amor, estos desahogos se convierten justamente en justicia.