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XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

“El miedo, aunque fuera santo, siempre es una virtud humana, rompe el vuelo del amor y hace nacer el miedo y llega a temer de Aquel que tanto la ama, quita el dulce encanto a la confianza”

18/11/2023
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Queridos hermanos y hermanas, ¡Fiat!

En este penúltimo domingo del año litúrgico, el Evangelio nos presenta la parábola de los talentos (Mt 25,14-30). Un hombre, antes de partir de viaje, entrega a sus siervos unos talentos, que en aquel tiempo eran monedas de notable valor: a un siervo, cinco talentos; a otro, dos; a otro, uno, según la capacidad de cada uno. El siervo que recibió cinco talentos es emprendedor y les hace fructificar ganando otros cinco. De igual modo se comporta el siervo que había recibido dos y se procura otros dos. En cambio, el siervo que recibió uno, excava un agujero en la tierra y esconce la moneda de su patrón.

Es éste el mismo siervo que le explica al patrón, a su regreso, el motivo de su gesto, diciendo: «Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento». (vv. 24-25). Este siervo no tiene con su patrón una relación de confianza, sino que tiene miedo de él y esto lo bloquea. El miedo siempre inmoviliza y a menudo hace tomar decisiones equivocadas. El miedo desalienta de tomar iniciativas, induce a refugiarse en soluciones seguras y garantizadas y así termina por no hacer nada bueno. Para ir adelante y crecer en el camino de la vida no hay que tener miedo, hay que tener confianza.

Esta parábola nos hace entender lo importante que es tener una idea verdadera de Dios. No debemos pensar que Él es un patrón malo, duro y severo que quiere castigarnos. Si dentro de nosotros está esta imagen equivocada de Dios, entonces nuestra vida no podrá ser fecunda, porque viviremos en el miedo y éste no nos conducirá a nada constructivo, más bien, el miedo nos paraliza, nos autodestruye. Estamos llamados a reflexionar para descubrir cuál es verdaderamente nuestra idea de Dios. Ya en el Antiguo Testamento Él se reveló como «Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6). Y Jesús siempre nos ha mostrado que Dios no es un patrón severo e intolerante, sino un padre lleno de amor, de ternura, un padre lleno de bondad. Por lo tanto, podemos y debemos tener una inmensa confianza en Él.

Jesús nos muestra la generosidad y la premura del Padre de muchas maneras: con su palabra, sus gestos, su acogida hacia todos, especialmente hacia los pecadores, los pequeños y los pobres; pero también con sus advertencias, que revelan su interés para que nosotros no desperdiciemos inútilmente nuestra vida. Es un signo, de hecho, de que Dios tiene una gran estima de nosotros: esta conciencia nos ayuda a ser personas responsables en cada una de nuestras acciones. Por lo tanto, la parábola de los talentos nos reclama a una responsabilidad personal y a una fidelidad que se convierte también en capacidad de caminar continuamente sobre caminos nuevos, sin “enterrar el talento”, es decir, los dones que Dios nos ha confiado y sobre los que nos pedirá cuentas.

El 26 de mayo de 1935, Jesús le dice a Luisa que el miedo, aunque fuera santo, siempre es una virtud humana, rompe el vuelo del amor y hace nacer el miedo y a las penurias, al caminar por el camino del bien, siempre hace mirar a izquierda y derecha y llega a temer de Aquel que tanto la ama, quita el dulce encanto a la confianza que la hace vivir en los brazos de su Jesús, y si teme demasiado pierde a Jesús y la hace vivir de sí misma. En cambio el amor es virtud divina, y con su fuego tiene la virtud purificadora de purificar al alma de cualquier mancha, la une y la transforma en su Jesús, y le da tal confianza, de hacerse raptar por su Jesús, el dulce encanto de la confianza es tal y tanto, que se raptan mutuamente, y el uno no puede estar sin el otro, y si mira, mira sólo si ama a Aquel que tanto la ama. Así que todo su ser es encerrado en el amor, y como el amor es hijo inseparable del Querer Divino, por eso da el primer puesto de dominio a la Divina Voluntad. Ella se extiende en todos los actos de la criatura, humanos y espirituales, ennoblece todo, y si bien los actos humanos quedan en la forma y materia de la cual son formados, no sufren ningún cambio exterior, todo el cambio queda en el fondo de la voluntad humana, ya que todo lo que hace, aun las cosas más insignificantes, quedan cambiadas en divinas y confirmadas por la Divina Voluntad. Su trabajo es incesante y sobre todo lo que hace la criatura extiende su morada de paz, y como verdadera Madre no hace más que enriquecer con conquistas divinas a su amada hija.

Pues, alejemos todo temor, en el Querer Divino no tienen razón de existir ni temor, ni miedos, ni desconfianza, no son cosas que le pertenecen y nosotros no debemos hacer más que vivir de amor y Divina Voluntad. Una de las alegrías más puras que la criatura puede dar es la confianza en Dios, la siente hija suya y hace con ella lo que quiere; la confianza nos da a conocer quién es Dios, su bondad infinita, su misericordia sin límites y cuanta más confianza encuentra Dios en el alma, tanto más la ama y más abunda hacia las criaturas.

don Marco
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