Jesús en un escrito del 16 de abril de 1918 le dice a Luisa que Él está como encerrado en los dolores de las criaturas, y si el alma sufre con paciencia, con amor, rompe la envoltura que lo cubre y lo encuentra; de lo contrario Él permanecerá escondido en el dolor y el alma no tendrá el bien de encontrarlo y Jesús no tendrá el bien de revelarse.
Muchas veces en el camino de nuestra vida, debido a errores, obstáculos, contratiempos, podemos encontrarnos en un callejón sin salida y sentirnos solos y abandonados.
En esta situación puede suceder que sintamos a Jesús lejos, pero Él está ahí, dispuesto a consolarnos, es el dolor el que nos impide verlo, escucharlo. En cambio no es así, porque en ese dolor que estamos experimentando, no estamos solos, estamos más unidos que nunca en Jesús y Él está ahí dispuesto a acoger nuestra amargura, acariciándonos sin ningún juicio sobre el error que hemos cometido.
Si en esas situaciones dolorosas reconocemos a Jesús, el dolor se reduce a la mitad y sentimos una inexplicable serenidad interior en medio de la tormenta.
Jesús siente una fuerza irresistible para difundirse hacia las criaturas: Él quisiera difundir Su belleza para embellecerlas a todas, pero nosotros ensuciándonos con la culpa rechazamos la belleza divina, Él quisiera difundir Su amor, pero nosotros a menudo amando lo que no es de Dios vivimos en la frialdad, y Su amor permanece rechazado. Jesús, todo lo quisiera comunicarnos, todo lo quisiera ensombrecer con sus propias cualidades, pero a menudo lo rechazamos y al rechazarlo formamos un muro de división entre nosotros y Él, hasta el punto de romper toda comunicación. Pero con todo esto Jesús sigue extendiéndose, no retrocede, quiere encontrar a alguien que reciba Sus cualidades, y al encontrarlo redobla sus gracias, se derrama todo en él para convertirlo en una maravilla de la gracia.
Sólo la Luz de la Fe, presente en nosotros, puede hacernos ver y reconocer a Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, allí mismo, en ese estado doloroso en el que nos encontramos, donde Él nos comunica Su amor y nos ensombrece con Sus propias cualidades.
Al final del mismo pasaje, Jesús le dice a Luisa: "Entonces, quita esta opresión de tu corazón, échate en Mí y Yo en ti (...) no pienses en nada y Yo lo haré todo y pensaré en todo".
Con esta confianza y abandono en Él, el "fuego" de Su amor por nosotros, sus hijos, tomará sobre sí todos los males para llenarnos de todos Sus bienes.
Fiat