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«El alma,al poseer el reino del Querer Supremo,poseerá una Voluntad Divina,que contiene todos los bienes;entonces,quien posee todo,nos puede dar todo»

Himno Cristológico de la Carta a los Efesios (duodécima parte)

16/06/2024
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«En él hemos sido constituidos herederos, y destinados de antemano, según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad, a ser aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes, los que escucharon la palabra de la verdad, la buena noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido. Ese Espíritu es el anticipo de nuestra herencia y prepara la redención del pueblo que Dios adquirió para sí, para alabanza de su gloria». (Ef 1,11-14).

 

Seguimos nuestra reflexión sobre el Himno de la Carta a los Efesios. Hemos repasado las primeras dos estrofas que presentan la elección y la predestinación, que tiene su origen en el Padre, y el cumplimiento (de predestinación y elección) en la obra de Redención del Hijo. Sólo nos queda que meditar la última estrofa.

 

Entonces: «En hemos sido constituidos herederos». Se ha debatido mucho la traducción del texto; unos comentadores traducen:

1.      por un lado: «hemos sido constituidos herederos», es decir: “hemos recibido una porción en herencia”;

2.      por otro lado: «hemos sido constituidos a herencia», es decir: “nos hemos vuelto en una porción – la parte de Dios”.

En realidad, ambas las expresiones son muy bonitas.

 

Detrás de la primera traducción está la imagen tradicional de la conquista y la asignación de la tierra prometida a todas las tribus. La tierra que es un don del Señor, gratuito, santo, lleno de bendición, que el Señor asigna a las doce tribus y las familias que las forman (cf. Dt 3,18). Pues buen, nosotros hemos recibido esto: es un don, una herencia. Para conquistar la herencia no es tan duro, todo depende de la voluntad del testador; para recibir esta riqueza de gracia, en la que nos encontramos, no hemos debido currar, fue Jesucristo el que ha currado: «En él hemos sido constituidos también herederos», hemos recibido la riqueza de la bendición y la gracia de Dios. Si además recordamos que, entre todas las tribus, había una especial, a la que no se dio ninguna tierra, sino que recibió en herencia el Señor, entonces el significado de la expresión se vuelve realmente grande: nosotros también «en Cristo hemos sido constituidos también herederos». No herederos de alguna pequeña bendición particular, sino, como decía Gregorio Magno: “Herederos del Señor, del mismo Dios». La tribu de Leví no tenía la tierra, no tenía posesión, no tomaba un papel en este mundo, pero “su porción es el Señor”; en concreto, esto significa que recibe el sustento por los sacrificios hechos en el templo, pero el significado espiritual es más profundo: “recibe la vida por el mismo Dios” (cf. Dt 18.1-5).

 

Otra imagen de la traducción dice: el Señor eligió a un pueblo, lo compró, fue a recogerlo en Egipto poniendo su mano, su fuerza y su amor; este pueblo lo conquistó para sí mismo, porque, redimiéndolo, liberándolo de la condición de esclavitud en la que se encontraba, lo hizo entrar en su protección, Él llegó a ser su Señor (cf. Dt 7,7-8). Por eso, entre todos los pueblos de la tierra, este “pueblo es la porción del Señor”; es verdad que “el Señor es Dios de todos los pueblos, que toda la tierra le pertenece, pero ustedes serán para mi la propiedad particular” (cf. 19,5).

«Cuando el Señor distribuyó a los pueblos» en la tierra, les dio a cada uno uno un ángel de la guarda, pero Israel se lo guardó sólo para sí mismo, lo protege, lo guía y lo acompaña él mismo; «pues, ustedes son esta porción del Señor», que Él buscó, adquirió con el compromiso de su amor y su acción y que se convirtió para él «como la pupila de sus ojos», que el Señor mira y protege con inmenso cuidado y atención (cf. 32,8-10).

 

Entonces: en Él, en Jesucristo, nos convertimos en esta porción del Señor, «destinados de antemano, según el previo designio del que realiza todas las cosas conforme a su voluntad». “Destinados de antemano”, donde el subrayado (ya lo hemos recordado) no es el del determinismo (como si algo fuera escrito en un libro y realizado al pie de la letra), sino más bien una decisión que anticipa cualquier mérito o condición dependiente de nosotros o del mundo. Entonces, es una decisión de Dios, absolutamente firme y estable, de la que no se puede dudar y por la que no pueden presentarse obstáculos dignos de este nombre. Dante Alighieri escribía: “vuolsi così colà dove si puote ciò che si vuole, e più non dimandare” (Así se ha dispuesto allí donde se puede todo lo que se quiere, y no preguntes más) (Inferno, Canto III).

 

Es la decisión de Dios de querer hacer partícipe al hombre de su herencia, porque es su hijo y espera de él la decisión de empezar a vivir como hijo y dejar de ser siervo.

Es la gran diferencia que existe entre la santidad de las virtudes y la del vivir en la unidad de la luz del Querer Divino. En el pasaje del 2 de julio de 1926, Jesús lo explica a Luisa.

Jesús invita a Luisa a mirar el cielo, las estrellas, el sol, la luna, las plantas, las flores, los mares: cada cosa tiene su naturaleza distinta, su color, su pequeñez y su altura, cada una tiene su oficio distinto, y una no puede hacer lo que hace la otra, ni producir los mismos efectos.

Cada cosa creada es el símbolo de la santidad de las virtudes, de la sumisión y resignación a la Voluntad Divina. Según las virtudes que han practicado, han sacado en ellas un color diferente, por eso se puede decir quién es la flor roja, quién violeta, quién blanca, quién es planta, quién es árbol, quién es estrella, y según se han sometido a los reflejos del Querer Supremo, así se han desarrollado en la fecundidad, en la altura, en la belleza; pero uno es el colorido, porque el Querer Divino, como un rayo de sol, les ha dado el color de esa semilla que ellos mismos habían puesto en sus almas.

En cambio, la santidad de quien vive en la unidad de la luz de la Divina Voluntad es parto de ese acto único de su Creador, que mientras es uno en las manos creadoras, los rayos de su Voluntad saliendo de Dios invaden todo y producen obras y efectos tan innumerables que el hombre no puede llegar a contarlos todos. Así que, al ser esta santidad el fruto de ese único acto, estará bajo el cuidado y los celos del Querer Supremo, que contiene en sí mismo todos los colores, todas las variadas bellezas, todos los bienes posibles e imaginables. Así que más que un sol resplandeciente encerrará y eclipsará en sí toda la Creación con sus variadas bellezas, se verán encerrados en ella todos los bienes de la Redención, se verán en ella todas las santidades. Y Dios, exhibiendo más que nunca su amor, pondrá el sello de Su misma Santidad en quien haya poseído el reino de la Divina Voluntad.

¿Qué pasará, en relación a esta santidad del vivir en el Querer Divino, para el Creador? Pasará como a un rey que no tiene hijos. Este rey nunca goza del afecto de un hijo, ni se siente llevado a prodigar todas sus caricias paternas, ni sus besos afectuosos, porque no descubre en nadie su parto, sus facciones, y a quién confiar la suerte de su reino. Siempre vive con un clavo en el corazón, rodeado por siervos, por personas que no se le asemejan, y si están a su alrededor no es por puro amor, sino por interés propio, para adquirir sus riquezas, de gloria y tal vez incluso para traicionarlo. Ahora, supongamos que llegue un hijo suyo después de largo tiempo, ¿cuál no será la alegría de este rey? ¡Cómo lo besa, lo acaricia! No sabe separar su mirada de su hijo, en el que reconoce su imagen. Recién nacido le hereda su reino y todos sus bienes, y su completa alegría y fiesta que es su reino no será más de los extraños, de sus siervos, sino de su amado hijo, así que se puede decir que lo que es del padre es del hijo y lo que es del hijo es del padre.

Ahora, quien llegue a poseer el reino de la Divina Voluntad será para Dios como un hijo nacido después de cerca de muchos años. ¿Qué alegría, qué fiesta no será para Dios al ver en él la imagen íntegra, hermosa, tal como la sacó Dios de su seno paterno? Todas las caricias, los besos, los dones, serán para este hijo; mucho más que, habiéndole dado al hombre en la Creación como herencia especial el Reino de la Divina Voluntad y habiendo estado este reino en las manos de extraños, siervos, traidores, por un tiempo tan largo, al ver a este hijo que lo poseerá como hijo y le dará a Dios la gloria del reino de la Divina Voluntad, entonces la herencia se pondrá a salvo por parte de este hijo.

El alma, al poseer el reino del Querer Supremo, poseerá una Voluntad Divina infinita, eterna, que encierra todos los bienes; pues, quien posee todo, puede dar. ¡Cuál será el contento de Dios, y su felicidad al ver la pequeñez de la criatura en este reino, que saca continuamente de Dios y actúa como dueña, como hija, y como lo que saca de Dios es divino, ella saca de Dios cosas inmensas y cosas inmensas le da a Dios, saca de Él luz y luz trae. Ella no hará más que sacarle y darle a Dios. Él pondrá a su disposición todas las cosas divinas, para que en el reino de la Divina Voluntad, dado a ella por Dios, no entren más cosas extrañas a Dios, sino todas sus cosas, y así puede recibir los frutos, la gloria, el amor, el honor del reino de la Divina Voluntad.

 

«Para que fuéramos aquellos que han puesto su esperanza en Cristo, para alabanza de su gloria. En él, ustedes también, después de haber escuchado la Palabra de la verdad, el evangelio de su salvación, y creyeron en él, recibieron el sello prometido del Espíritu Santo» (Ef 1,12-13).  

don Marco
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