En estos días en los que la pandemia de Covid 19 va agravándose con toda su carga de dolor y miedo, aquí y allá reaparecen comentarios que invocando la Divina Voluntad, describen todo su poder “punitivo” contra la humanidad fuera de control. Los hombres se han alejado tanto de Dios que no esperan de Él más que azotes, flagelos y destrucción. La Iglesia también entra en el ojo del huracán divino con su corrupción e infidelidad. En apoyo de esta tesis, se extrapolan pasajes de los escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta que confirman este destino inexorable para los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
Francamente, quienes han leído los escritos de Luisa durante años y han tratado de convertirlos en alimento de su propia fe en el álveo de la vida y del magisterio de la Iglesia, están profundamente en desacuerdo con este tipo de instrumentalización por al menos tres razones.
La primera es que la vida en la Divina Voluntad de Jesús es una experiencia de luz. En el sentido de que transfiere al alma el mismo “amor apasionado” con el que en Jesús Dios nos ama inmensamente. En este Amor estamos llamados a echar raíces, y nunca “perder el vuelo”. En este Amor crecemos en la convicción de que no hay un solo momento en el que Dios no nos ame y no quiera cumplir su “juego” de amor en cada uno y que, sobre todo, quiera hacerlo con nosotros.
La segunda es que el pecado y la infidelidad de la humanidad con sus tristes efectos - y no sólo en este tiempo de la pandemia - están siempre muy presentes para Dios. Él nunca cierra los ojos ante nuestras injusticias y corrupción. La mirada de Dios lee la realidad aún más crudamente que cualquiera de nosotros. En la Divina Voluntad también se nos comunica esta mirada. El Señor nos hace comprender, sin máscaras y justificaciones, el profundo mal que germina de la infidelidad al plan de Dios, a su Voluntad que se manifiesta en la creación y la redención. Pero, ¿cómo ve Dios el pecado de los hombres? Lo mira desde la cruz de Jesús. Ahí está su ojo, ahí está su juicio. Por eso, mientras le habla a Luisa de los males de su tiempo - y no profetiza los de quién sabe qué épocas futuras - Jesús la invita a comprender plenamente cómo Él se entregó por Amor al Padre para hacer lo que los hombres no quisieron hacer: su Divina Voluntad. Luisa nunca invocó castigo ni se complació con los males o “flagelos” de su tiempo. En cambio, sus visiones siempre la han llevado a una oración más intensa, cautivante y santa. Este era también el propósito - confesado varias veces por el mismo Jesús - por el cual se le mostraba lo que sucedía, incluso a miles de kilómetros de ella y que ningún periódico podría darle a conocer en tiempo real.
La tercera cosa es precisamente ésta. El conocimiento de la Sierva de Dios, aun cuando se trate de hechos de la historia de su tiempo -repetimos, nunca de un futuro lejano - debe considerarse conocimiento “místico”. Los místicos tienen un conocimiento de la realidad que, cuando se expresa por escrito, necesita una interpretación para ser aceptada. Muchas veces Luisa declara que ni siquiera encuentra las palabras para decir lo que veía. A menudo, los suyos, son intentos de escribir lo que ha conocido y no es casualidad que invoca la asistencia divina continua para escribir lo que Dios le iba mostrando. Ciertas lecturas que pretenden ver en sus palabras lo que Luisa ni siquiera podía decir, saben más de imprudencia que de sabiduría. La tentación de instrumentalizar ciertas palabras de Luisa nos duele mucho y ensombrece nuestro corazón porque frente a ese Sol infinito del Amor misericordioso de Dios, una vez más vuelve a aparecer el engreído de nuestra soberbia. ¡Pero la Luz de la Divina Voluntad no es oscura!
Enza Arbore, presidente de la Asociación
Sac. Sergio Pellegrini, asistente