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La nueva Pentecostés

“Reanimación” de la humanidad por el Espíritu Santo

10/05/2024
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La Pentecostés es una festividad movible, es decir que está relacionada con la fecha en la que se celebra la Pascua y concluye los 50 días sagrados que van de la Resurrección a la venida del Espíritu Santo en los Apóstoles. La fiesta de Pentecostés que celebramos tiene su origen en una fiesta hebrea, la “Schavuot”, con la que se recuerda la entrega de la ley de Dios a su pueblo; la Pentecostés cristiana es la última etapa de la historia de la salvación, que lleva a cabo el gran diseño de Dios Padre para la humanidad, a través del don del Espíritu Santo.

Jesús dijo: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Pues, para entrar en el Reino de Dios y restablecerlo en la tierra, es necesario dejarse llenar del Espíritu Santo y acoger y entender las verdades que Dios se dignó a revelar sobre su Reino, para hacernos hijos suyos. Este es el tiempo del Espíritu Santo, el tiempo en el que va difundiéndose su obra e luz infinita, de amor inmensurable, de “reanimación” de la humanidad, y lo entendemos de las lecciones del Cielo que la Mamá Celestial le hace a Luisa Piccarreta en el libro “La Virgen María en el Reino de la Divina Voluntad”. En la meditación del día 30 del mes de mayo, Luisa se dirige a María, Reina del Cielo, Maestra de los Apóstoles, sede y centro de la Iglesia naciente y le pide ayuda, para que pueda bajar en ella el Espíritu Santo y este pueda quemar todo lo que no pertenece a la Divina Voluntad, de manera que el Querer Divino pueda extender sus mares de luz en su alma y poner el sello de su Fiat en todos sus actos. La Virgen María da sus lecciones de manera sublime, describe con dulzura el momento en que, mientras estaba con los Apóstoles en el Cenáculo, bajó el Espíritu Santo, prometido por su Hijo. Recuerda: ¡Cuánta transformación tuvo lugar en los Apóstoles! Tan pronto como fueron llenados del Espíritu Santo, adquirieron una ciencia nueva, una fuerza invencible, un amor ardiente; empieza a fluir en ellos una vida nueva, que los hacía impávidos y valientes, para poder dividirse en todo el mundo, para dar a conocer la Redención y donar la vida para su Maestro. La Mamá Celestial también afirma que Ella todavía prosigue su Magisterio en la Iglesia, no hay nada que no descienda por Ella, y Ella se desvive por amor de sus hijos. Ahora, en estos tiempos, quiere mostrar un amor especial, permitiéndonos conocer como toda su vida se formó en el Reino de la Divina Voluntad y, para permitirnos vivir en este Reino tan santo, la Mamá promete que hará bajar el Espíritu en nuestras almas, para que queme todo lo que es humano y con su soplo refrigerante impere sobre nosotros y nos confirme en la Divina Voluntad.

Los escritos de Luisa son una obra maestra llena de Espíritu Santo, a menudo se hace referencia a su acción vivificadora, transformadora. Jesús, en un pasaje, bendice estos escritos, bendice cada palabra, bendice los efectos y el valor que contienen, efectos que pueden obtenerse sólo con la intervención del Espíritu Santo, luego llama a los ángeles y les dice que toquen la frente de los dos Padres que debían ver los escritos, para imprimir el Espíritu Santo, desde el que infundirles la luz para poder dar a entender la verdad y el bien que hay en estos escritos.

En las Sagradas Escrituras, el Espíritu Santo no se representa en forma humana, sino en forma de paloma, nube luminosa, lenguas de fuego y soplo. En el “Veni Creator Spiritus” el Espíritu Santo se define “dedo de la mano de Dios”, y bien Jesús, hablándole a Luisa de sus escritos, subraya que su palabra es siempre nueva, penetrante, llena de frescura divina, suavidad admirable, verdades sorprendentes, ante las cuales el intelecto humano se ve obligado a agachar la frente y decir: “Aquí hay el dedo de Dios”. En los escritos de Luisa se hace referencia explícita sobre todo al Espíritu de Dios hablando de “aliento”. A menudo, Jesús habla de la creación del hombre, de la obra maestra de la Potencia creadora, donde el Eterno no con salpicaduras, sino con olas, ríos, echó su amor, su belleza, su maestría y, por el exceso de amor, puso a sí mismo como centro del hombre. Pues, creó al hombre  a su imagen y semejanza, del fundo de su Amor respiró profundo y con su Aliento todopoderoso le infundió la vida, dotándolo de todas sus calidades, proporcionadas para la criatura. Entonces el hombre fue formado, tuvo un principio, nació en el amor de su Creador, era justo que creciera como amasado y alentado como una pequeña llama por el aliento de quien lo amaba tanto. ¡Cuántos prodigios contribuyeron a la creación del hombre! Con el aliento, se le infundió el alma, en la que la bondad paternal de Dios le infundió tres soles formados por la Potencia del Padre, la Sabiduría del Hijo y el Amor del Espíritu Santo. Estos tres soles eran las tres potencias: intelecto, memoria y voluntad, por los que debían ser dirigidos, animados y recibir la vida todos los actos humanos. A menudo, Jesús insiste sobre el tema de la creación del hombre y dice que las tres Personas Divinas, al crearlo, le infundieron el alma con el aliento, porque querían infundirle la parte más íntima de su interior, que es la Divina Voluntad, que le habría llevado todas juntas las partículas de su Divinidad, que él podía contener como criatura, pero el hombre, ingrato, quiso romperla con su Voluntad y, aunque conservó el alma, la voluntad humana que remplazó la Divina, lo ofuscó, lo infectó e hizo todas las partículas divinas inertes, hasta el punto de desordenarlo todo y alterarlo. No obstante todo, Dios, que ahora quiere disponerlo otra vez a recibir la Divina Voluntad, quiere volver a alentarlo, para que su aliento ponga en fuga las tinieblas, las infecciones y haga laboriosas las partículas de la Divinidad, infundidas en él en la creación.

Pues, el diseño de Dios para estos tiempos es que pueda seguir alentándonos con la fuerza de su Espíritu. Jesús subraya este concepto y repite que su aliento, llegando a la criatura, la renueva y con su potencia vivificadora destruye en ella la infección del germen humano y vivifica el germen del Fiat divino. Este aliento es el principio de la vida humana en la criatura, que, alejándose del Querer Divino, perdió su aliento y, aunque conservó la vida, ya no sintió más la fuerza vivificadora de su aliento que, vivificándola, la mantenía hermosa, fresca, a semejanza de su Creador. Así que el hombre, sin el aliento de Dios, se quedó como esa flor que, al no recibir más la lluvia, el viento y el sol, se descolora, se marchita y, bajando su cabeza, tiende a morir. Ahora, para rehabilitar el Reino del Querer Divino entre las criaturas es necesario que vuelva el aliento constante de Dios entre ellas que, soplando más que un viento, que deje entrar en ellas el Sol de la Divina Voluntad. Ella, con su calor, destruirá el germen malo del querer humano y la flor volverá a ser hermosa y fresca tal como cuando fue creada y, enderezando su tallo bajo la lluvia de su gracia, volverá a levantar su cabeza, se vivificará, se coloreará y tenderá a la vida. “¡Si las criaturas supieran, exclama Jesús, el gran bien que estoy preparando, las sorpresas de amor, las gracias inauditas!”.

El Espíritu quiere absolutamente volver a dar su aliento constante, pero la criatura, para poder recibirlo, debe vivir en el Querer Divino, y por eso Luisa a menudo ruega Jesús que pueda alentar su alma pobre, para infundir el primer aliento divino de la Creación, para que, con su aliento regenerador, pueda recomenzar su vida en el Fiat y según el objetivo para el que fue creada y Jesús le asegura que es Voluntad de Dios que la criatura vuelva a subir en Su seno, entre los brazos creadores de las tres Personas Divinas, para que puedan volver a darle su aliento constante y en este aliento la corriente que genera todos los bienes, las alegrías, las felicidades.

Dios no nos creó una vez por todas, sino que nos crea incesantemente con Su Espíritu, nuestra vida es un regreso a las fuentes del Amor eterno, por eso, tal como Luisa, oremos: “Baja Querer Supremo y ven a reinar en la tierra, con tu Espíritu llena todas las generaciones, vence y conquista a todos”.

Tonia Abbattista
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