Desde hace siglos, invocamos a María como Reina del Cielo, en el quinto misterio glorioso del Rosario contemplamos la coronación de María, en las letanías lauretanas la imploramos come Reina de los Ángeles, los Patriarcas, los Profetas, los Apóstoles, los Mártires, los Confesores, las Vírgenes, los Santos y las Familias. Tres de las antífonas marianas invocan a María con el título de Reina: la Salve Regina, el Regina Caeli y el Ave Regina Coelorum. Por último, en la Lumen Gentium 59 así se lee: “María fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo”.
En los Diarios de Luisa también a menudo se subraya la majestad de María, que se describe como “la obra más bella de la Santísima Trinidad”. Mientras seguimos siendo “caminantes” sólo podemos imaginar la belleza de esta Criatura Celestial, porque el encanto del Cielo, el Sol y toda la Creación no pueden compararse a Ella, se quedan detrás de esta Soberana, porque Ella fue creada por Dios con suma sabiduría, con una potencia inalcanzable y con amor inagotable, pero algún día la veremos tal como es, conoceremos nuestra verdadera genealogía, nos daremos cuenta de que pertenecemos a una familia “real”, que tenemos un Padre, Rey del universo, sostenido por una Madre, Reina del Cielo y de la Tierra, Reina del universo, Reina de un Reino che nos pertenecía “ab origine”, que pero después hemos perdido y que María tiene intención de volver a dárnoslo.
La misma Virgen María le revela a Luisa que Dios puso en sus manos el cetro del comando para dominar y reinar sobre todo, para que su dominio ganara a Dios y el hombre, y Ella pudiera restablecer a los hombres como hijos regenerados en su Corazón materno. El Fiat Divino le hizo tomar posesión de todas las propiedades divinas, en la medida de lo posible e imaginable a la criatura. Todo era suyo, el Cielo y la Tierra y el mismo Dios, del cual poseía la misma Voluntad. El Altísimo puso en sus manos el destino de la humanidad, le dio el mandato y la hizo pacificadora entre Dios y la familia humana. Jesús también, el Bien Supremo, habla a Luisa de la majestad de María y afirma que su Majestad es encantadora, delante de su Santidad se bajan los Cielos, sus riquezas son interminables e incalculables, nadie puede definirse parecido a Ella, por eso Ella es Señora, Madre y Reina. Sus riquezas son las almas. Cada alma vale más que un mundo entero, nadie entra en el cielo, sino por ella y en virtud de su Maternidad y su dolor, así que cada alma es propiedad suya, por eso se le puede dar de hecho el nombre de verdadera Señora. Su riqueza es especial, están llenas de vidas hablantes. Como Madre tiene hijos innumerables, como Reina tendrá su pueblo del Reino de la Divina Voluntad. Estos niños y este pueblo formarán su corona más fúlgida, alguien como sol y alguien como estrellas coronarán su Cabeza venerable con una belleza suficiente para raptar a todo el Cielo. Así que los hijos del Reino de la Divina Voluntad serán los que le rendirán homenaje y, convirtiéndose en sol, formarán la corona más bella. Así que hay que suspirar tanto que venga este Reino, porque además de la corona fúlgida con la que la coronó la Santísima Trinidad, Ella espera la corona de su pueblo que, alabándola como Reina, le ofrece su vida convertida en sol, como testimonio de amor y gloria. En el calendario litúrgico de la Iglesia se conmemora a la Virgen María, invocada bajo el título de “Reina” y es una fiesta instituida por el Papa Pío XII en 1954, al final del Año Mariano y fijada para el 31 de mayo (cfr. Carta Encíclica “Ad Caeli Reginam”, 11 de octubre de 1954). En esa ocasión, el Papa dijo que “María es Reina más que cualquier otra criatura para la elevación de su alma y por la excelencia de los dones recibidos. Ella nunca deja de dispensar generosamente todos los tesoros de su amor y atenciones para la humanidad”.
Cuando se habla de Reyes y Reinas se piensa a personas con poder y riqueza material, pero este no es el tipo de majestad de Jesús y María. Tal como el ser Rey de Cristo está lleno de humildad, servicio y amor, así es con María: Ella es Reina en el servicio a Dios y a la humanidad, es Reina del amor que vive el don de sí misma a Dios para entrar en el plan de la salvación del hombre. El mismo Jesús la define “Reina de amor” hablando con Luisa, “Vencedora de amor que tanto amó, que a través del amor ganó a Dios”.
María dice: “Yo soy la servidora del Señor” (cfr. Lc 1,38) y en el Magníficat canta: “Dios miró con bondad la pequeñez de su servidora” (cfr. Lc 1,48.). María es Reina justo amándonos y ayudándonos en todas nuestras necesidades. Entonces María ejerce esta majestad de servicio y amor, velando por nosotros, sus hijos.
Jesús la define “la Reina mediadora” que no sabe ociar en su trono de gloria, sino que baja para correr como Madre en los actos de sus hijos, porque como Reina tiene el mandato y el derecho de hacer la retirada de todos los actos de sus hijos en actos suyos. Tanto es su amor de Reina y Madre que, tan pronto como la criatura se dispone a formar su acto de amor, así de la Altura de su trono hace bajar un rayo de su amor para hacer su parte como primer amor y luego lo hace subir otra vez en su mismo rayo de amor y le dice a su Creador: “Adorable Majestad, en mi amor que siempre surge para Ti, hay el amor de mis hijos fundido en el mío, que yo con el derecho de Regina, retiré en mi mar de amor”. Entonces, por la altura de su trono el rayo de sus actos llena los de sus hijos y luego el mismo rayo de luz sube otra vez hasta su trono.
Siendo la verdadera y celestial prisionera de la Divina Voluntad, Ella conoce todos sus secretos, sus caminos, tiene las llaves del Reino, por eso la Soberana Celestial está a la espera y se pone firme para ver si la criatura actúa en el Fiat Divino, para tomar con sus manos maternas estos actos y para cerrarlos en sus actos como prenda, como antídotos que se desea el Reino de la Divina Voluntad en la tierra. Como Ella es la criatura más santa, más grande y que no conoció otro Reino que lo de la Divina Voluntad, ocupa el primer lugar en él. Por derecho la Reina Celestial será la Anunciadora, la Mensajera, la Conductora de un Reino tan santo. Así que ella que tiene más ascendencia, más potencia, más dominio sobre el Corazón Divino es la Soberana del Cielo.
La heredera Celestial quiere que todos conozcan la herencia que quiere darle a sus hijos. Sus suspiros son ardientes, sus oraciones son incesantes, por eso la Madre Celestial no hace más que llenar a la Santísima Trinidad con su amor, con los derechos de Reina y Madre y derechos para que el Reino triunfe en la tierra, porque sólo entonces su gloria y su fiesta será completa, dará gracias sorprendentes y todo el Cielo y la Tierra harán fiesta, servirá de Reina repartiendo gracias extraordinarias.
Por eso entramos en la Divina Voluntad y, junto con nuestra Madre Celestial, rogamos y suplicamos que la Divina Voluntad sea conocida y reine en todas las criaturas. Lo único que hizo ascender a María tan arriba fue la Divina Voluntad. Cuando la Reina Celestial fue llevada al cielo, todo el Cielo magnificaba, bendecía, alababa la Voluntad Eterna. Todos los espíritus celestes reconocían la Voluntad de su Creador como vida operante en Ella y, temblorosos, decían: “Santa, Santa, Santa. Honor y gloria a la Voluntad de nuestro Soberano Señor y gloria a María y tres veces Santa Ella que hizo obrar esta Voluntad suprema”. Y seguían diciendo: “Asciende, asciende más arriba, es justo que Ella que tanto honró el Fiat Supremo tenga el trono más alto y sea nuestra Reina”.
La memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María invocada bajo el título de “Reina” ahora está colocada a ocho días de la solemnidad de la Asunción para subrayar la estrecha relación entre la majestad de María y su glorificación en cuerpo y alma al lado de su Hijo.