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María, Madre de Dios y Madre nuestra

10/05/2024
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“Mamá”: una palabra simple, llena de muchos significados, síntesis de cuidado y amor. Es una de las primeras palabras que el niño aprende a pronunciar, es la palabra que todos pronuncian en los momentos de sufrimiento y tal vez es la última palabra de nuestros labios.

Si la mamá es indispensable en el orden natural, lo es sobre todo en el orden sobrenatural. Ciertamente Dios, en su omnividencia, conocía esta necesidad de las criaturas, ellas tenían un Padre Celestial, pero Dios no estaba contento, en su delirio y locura de amor, también quiso formar una madre celestial y humana al mismo tiempo, para que, si no fueran suficientes la bondad, el amor, la ternura del Padre Celestial, el amor y la ternura indecibles de esta Madre Celestial podrían enternecer sus corazones.

Dios creó al hombre en un éxtasis de amor y lo ama muchísimo, incluso después del pecado original, la Virgen Madre habría sido el anillo de conjunción entre Dios y los hombres. Por eso, utilizó una grande invención de su amor, una gran estratagema, llamó a la vida a la pequeña Virgen María y, creándola totalmente pura, totalmente santa, totalmente preciosa, totalmente amor, sin mancha concibió junto con ella la Divina Voluntad para que entre Ella y Dios hubiera acceso libre, unión eterna.

La Reina del Cielo con su belleza arrebataba a Dios y su amor, desbordándose, se escondía en ella y, mirando a todas las criaturas a través de su belleza, su amor se desahogaba y, con amor escondido, amaba en esta Reina Celestial a todas las criaturas que, con los ojos de su belleza, ya no parecían feas.

Entonces Dios le comunicó a María la Paternidad Divina y amó a todos en ella y María adquirió la Maternidad Divina para poder amar a todos como sus hijos, generados por su Padre Celestial. En la Reina del Cielo todos pueden encontrar el amor de Dios escondido en ella, sobre todo porque, María, poseyendo la Divina Voluntad, dominaba a Dios y lo inducía a amar a todos y Dios, con su dulce potencia, la dominaba para ser la Madre más cariñosa de todas. Dios no podía hacer un regalo más grande a todas las generaciones, dándole a esta criatura incomparable como Madre de todos. El amor escondido de Dios todavía continúa en la Reina del Cielo y siempre continuará.

“Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia continúa en el cielo su misión maternal sobre los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos” (cfr. Encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II, n. 47)

En el Cielo la Soberana todavía posee el amor de Dios escondido por cada criatura, más bien, es su mayor triunfo y feliz porque siente que en su Corazón materno el Creador ama a todas las criaturas y Ella, actuando como verdadera Madre, a menudo las esconde en su amor para ser amadas, en su dolor para ser perdonadas, en sus oraciones para darles las gracias más grandes. Ella sabe cómo cubrir y justificar a sus hijos en el trono de la Majestad Divina. Así que no hay gracia que baje sobre la tierra, no hay santidad que se forme, no hay pecador que se convierta, no hay amor que parta desde el trono de Dios que no sea antes depuesto en su corazón de madre, que forma la maduración de ese bien, lo enriquece con su amor y sus gracias y, si es necesario, con la virtud de su dolor y después lo depone en quien debe recibirlo, de manera que los que lo reciben sientan la Paternidad divina y la Maternidad de su Madre celestial. Entones Dios realizó un gran milagro de amor, porque con su virtud creadora tal y como concibió a la Virgen, así concibió también a todas las criaturas en el corazón de esta Virgen. Pero esto no fue suficiente, dando en los excesos más increíbles, hizo que esta Virgen fuera concebida en cada criatura para que cada una tuviera a una Madre toda suya y todos sintieran su Maternidad en el fondo de sus almas.

“Todos los verdaderos creyentes, para asemejarse realmente al Hijo de Dios, están ocultos, mientras viven en este mundo, en el seno de la Santísima Virgen, donde esta bondadosa Madre los protege, alimenta, mantiene y hace crecer, hasta que les da a luz para la gloria después de la muerte, que es, a decir verdad, el día de su nacimiento, como llama la Iglesia a la muerte de los justos. ¡Oh misterio de la gracia, desconocido de los réprobos y poco conocido de los predestinados!” (San Agustín).

Otro prodigio del Fiat divino en esta santa Criatura es que con las acciones que ella cumplía (si amaba, oraba, adoraba, sufría etc.), ya que poseía el Fiat divino, triunfaba y vencía en Dios, pero Jesús le revela a Luisa que esto no es nada, porque al actuar como una verdadera Madre, llamaba a todos sus hijos y cubría y justificaba todos sus actos en los suyos y los cubría con sus triunfos y sus victorias y luego, con una ternura y un amor capaces de romper los corazones, dirigiéndose al Padre, le decía: “Majestad adorable, míralos, son todos mis hijos, mis victorias y triunfos son de mis hijos y si ha vencido y triunfado la Madre, han vencido y triunfado los hijos”. E hizo en Dios tantas victorias y triunfos como los actos que harían todas las criaturas. Así que, quien quiera convertirse en un santo, encuentra la dote de su Madre Celestial y sus triunfos y victorias para llegar a la santidad más grande, los débiles encuentran la fuerza de la santidad de su Madre y sus triunfos para ser fuertes, los afligidos, los que sufren encuentran la dote de los dolores de su Madre Celestial para conseguir el triunfo, la victoria de la resignación, los pecadores encuentran la victoria y el triunfo del perdón, en una palabra, todos encuentran en esta Soberana Reina la dote, el apoyo, la ayuda al estado en que se encuentran.

Esta Virgen con el ser humano y Celeste acercaba el hombre y Dios y les daba un hermano a todos sus hijos. Pero el amor de Dios pasó a otro exceso. La Reina Celestial, poseyendo toda la plenitud del Fiat divino, posee también su virtud generadora y bilocativa, por lo tanto, puede generar y bilocar cuántas veces quiere a su Hijo Dios.

La función maternal de María hacia los hombres de ninguna manera ofusca o reduce la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia, ya que cada influencia provechosa de la Beata Virgen hacia los hombres no se origina de una necesidad, sino del beneplácito de Dios. (Lumen Gentium 60)

Por lo tanto, el amor de Dios no tiene límites y, dando en delirio, con la virtud del Fiat divino, le da a esta Criatura Celestial la potencia para generar su Jesús en cada criatura, y este es el honor y la gloria más grande que su Creador le ha dado y el amor más fuerte que Dios podía dar a las criaturas. La misma María habla a Luisa de su misión más que celestial: tal y como ve al Hijo en las almas, así corre, baja en ellos y se ocupa del crecimiento de Jesús. Además, ya que la Voluntad del Hijo y la Madre es sólo una, donde está Él, hay Ella también y, por lo tanto, su amor se impone llevar a cabo la tarea de Madre tanto para El que la ama mucho, como para los que aman mucho a los dos, porque María considera el Hijo Dios y la criatura como gemelos que nacieron en un único parto.

María es la madre de Dios y, por lo tanto, puede conseguir todo de Él; María es nuestra madre y, para eso quiere hacer todo para nosotros. Corremos hacia ella con confianza y amor: “Refugio de los pecadores, ruega por nosotros”. Nuestra súplica será oída. María será nuestra ayuda, nuestra defensa y nuestra protección.

Tonia Abbattista
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