Madre Celestial, recordamos tu Fiat, tu Sí, un Sí que has renovado incesantemente en tu vida, un Sí generoso pronunciado también bajo la Cruz cuando, acogiendo la Voluntad Divina, respondiste a la invitación de Jesús a ser nuestra Madre, la Madre de todos. María, tú te has convertido para nosotros en ese faro luminoso que nos conduce a Dios, en esa mujer extraordinaria que, en su sencillez, sintió en su corazón que Dios la llamaba a una gran misión.
Damos gracias a Dios por habernos donado a Ti, María, nombre dulcísimo, nombre que reconforta, que nos acompaña, nos protege, nos ama...
Con Luisa queremos celebrarte y darte los honores de Reina; junto con nosotros llamamos a toda la Creación a hacerte corona, a los Ángeles, los Santos, el cielo, las estrellas, el sol y todos, para reconocerte como nuestra Reina, para honrar y amar tu altura y declararnos todos hijos tuyos.
¡Oh, Madre y Reina Celestial! no ves cómo todas las cosas creadas corren a Tu alrededor para decirte: «Te saludamos, Reina nuestra; por fin, después de tantos siglos tuvimos a nuestra Emperatriz»; y el sol te saluda Reina de la luz, el cielo Reina de la inmensidad y de las estrellas, el viento Reina del imperio, el mar Reina de pureza, fuerza y justicia, la tierra te saluda Reina de las flores.
Todos en coro te saludan:
Eres bienvenida, nuestra Reina;
Serás nuestra sonrisa, nuestra gloria, nuestra felicidad... (véase Tomo 24 - 19/07/1928)