Hoy celebramos el Martirio de San Juan Bautista. Dios se sirve de los hombres; con nosotros y para nosotros realiza sus planes de salvación. Elige lo que en el mundo es débil para confundir a los fuertes. Él es capaz de hacer fecundo lo que es estéril, y abrirles la boca a los mudos. Hace fecunda a la Virgen María para que genere al Salvador del Mundo, pero le concede la maternidad también a Isabel, estéril y de edad avanzada. Predispone un encuentro entre las dos mamás y los respectivos hijos, ¡y ya sale la alegría mesiánica! Se reconoce a la Madre del Señora y el futuro bautizador palpita y se sobresalta en el seno de su madre.
Es el mismo ángel que le anuncia a Zacarías las razones de la alegría: “Isabel te dará un hijo... Él será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento”. Su tarea será la de prepararle el camino al Señor, para que Él encuentre a un pueblo bien dispuesto. Él precede y anuncia el Mesías, el Cordero de Dios, pero luego sabe que debe hacerse a un lado y dejar sitio a Aquél ante el que se postra, y ni siquiera se siente digno de soltarle los lazos de sus sandalias. Lo procederá también en el martirio: pagará con la vida su coherencia y su firmeza inquebrantable, inconscientemente de las prepotencias de los grandes y las intrigas sospechosas de dos mujeres. Así él concluirá su misión, de la misma manera que Jesucristo; así, lo vemos brillar en la iglesia como el último de los profetas del Antiguo Testamento y el primero de los tiempos mesiánicos.
A través del profeta, Dios anunció: “Para ustedes, los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos, y saldrán brincando como terneros bien alimentados” (Mal 3,20). El himno de Zacarías es el desarrollo admirable de esta profecía. Cuando, obedeciendo al precepto del ángel, le dio a su hijo el nombre de Juan (qué significa: Dios es misericordioso), al proveer la prueba de una fe sin demora ni reservas, su pena terminó. Y, al recuperar la palabra, Zacarías cantó un himno de gratitud que contenía toda la esperanza del pueblo elegido.
Juan será el anunciador de la misericordia divina, que se manifiesta en el perdón concedido por Dios a los pecadores. La prueba más maravillosa de esta piedad divina será el Mesías que aparecerá en la tierra como el sol naciente. Un sol que arrancará a las tinieblas a los paganos inmersos en las herejías y la depravación moral, revelándoles su verdadera fe, mientras que, al pueblo elegido que ya conocía el verdadero Dios, le concederá la paz.
Es el Sol de la Divina Voluntad que Jesús quiere que resplandezca en la tierra como en el cielo.
El 31 de mayo de 1926, Jesús quiere darle a conocer a Luisa la gran diferencia entre los que viven en el Querer Divino, en la unidad de esta luz, y los que se resignan y se someten a la Divina Voluntad. El sol, al estar en la bóveda celeste, extiende sus rayos en la superficie de la tierra. Entre la tierra y el sol hay una especie de acuerdo, el sol al tocar la tierra, y la tierra al recibir la luz y el toque del sol. Ahora, la tierra, al recibir el toque de la luz, sometiéndose al sol, recibe los efectos que contiene la luz, y estos efectos transmutan la cara de la tierra, la hacen reverdecer, la florecen, se desarrollan las plantas, maduran los frutos y muchas otras maravillas que se ven en la tierra, siempre producidas por los efectos que contiene la luz del sol.
Pero el sol, al dar sus efectos, no da su luz, más bien, celoso, guarda su unidad, y los efectos no son duraderos. Si el sol diera a la tierra efectos y luz, la tierra se transformaría en sol, y ya no necesitaría de buscar los efectos, porque, al contener en sí misma la luz, se convertiría en la dueña de la fuente de los efectos que el sol contiene. Ahora, así es el alma que se resigna y se somete a la Divina Voluntad, vive de los efectos que están en Ella. Así se quedó Adán tras el pecado. Él perdió la unidad de la luz, y entonces la fuente de los bienes y los efectos que el Sol de la Divina Voluntad contiene
Ahora, de esto se puede entender que vivir en la Divina Voluntad significa poseer la fuente de la unidad de la luz de la Voluntad Divina, con toda la plenitud de los efectos que están en Ella. Hay una diferencia entre los que poseen siempre la plenitud de la luz y los efectos, siempre es resplandeciente y majestuoso en la bóveda celeste, no necesita de la tierra, y, mientras toca todo, él es intangible, no se deja tocar de nadie; y si alguien deseara también fijarlo, con su luz lo eclipsaría, lo cegaría, y lo derribaría. En cambio, la tierra necesita de todo, se deja tocar, desnudar, y, si no fuera por la luz del sol y de sus efectos, sería una presión tétrica, llena de miseria sórdida. Por eso, no se pueden comparar de ninguna manera los que viven en la Divina Voluntad, y los que se someten a Ella.
don Marco