La doctrina de vivir en la Divina Voluntad

La doctrina de vivir en la Divina Voluntad

Bien se puede decir que “vivir en la Divina Voluntad” es el centro de la experiencia mística y de cada página de los escritos de Luisa. El lenguaje es simple y rico de ejemplos, relatos e imágenes, con frecuentes expresiones dialectales, captura y dispone al alma de quien se acerca a sumergirse en las profundidades de la expresión del Padre Nuestro “hágase tu voluntad como en el cielo así en la tierra” (Mt 6, 10). El mensaje que Dios le confía se resuelve en comprender su significado, pedirlo como don en la oración y vivir en cada instante estando en la Voluntad Divina de Jesús “como” una única voluntad. En otras palabras, vivir en la Divina Voluntad significa para la criatura “vivir con una sola Voluntad”, la de Dios. Por eso hay una diferencia entre lo que es “hacer” y lo que es “vivir en la” Voluntad de Dios. En general se puede decir que “vivir en la Divina Voluntad” significa “reinar” con Jesús mientras que “hacer su Voluntad” significa “estar a sus órdenes”. El primero es el estado de quien “posee”, el segundo es el de quien “recibe”. Viviendo en la Divina Voluntad la criatura hace la Voluntad de Dios “como algo propio” tanto que puede “disponer de ella”. De hecho, sirviéndose de otra imagen, se puede decir también que “vivir en la Divina Voluntad” es vivir “como hijo” mientras que sólo “hacer la Voluntad de Dios” es vivir “como siervo” y nadie puede quitarle los derechos que posee el hijo sobre los bienes del padre. Se puede comprender cómo este “vivir en la Divina Voluntad” es la vida que más se acerca a la de los bienaventurados del Cielo.

Surge la pregunta espontánea de cómo puede ser posible para una criatura humana no solamente hacer la Voluntad de Dios sin incluso poseerla como propia. Precisamente sobre este punto es que el Señor le ‘muestra todas sus cartas’ a Luisa, declarando solemnemente que se trata de un “don” que ha decidido dar “en estos tiempos tan tristes”. Y el amor llama al amor. Las criaturas comprendiendo que Jesús les ha dado todo y que no tiene otro don más grande que dar para hacer que lo amen que la posesión de su Voluntad, podrán apreciar “el gran Bien que poseen” y en este Bien corresponderán al amor. Evidentemente esta reciprocidad se asemeja mucho ¡al amor celestial que hay entre las tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad!

He aquí entonces la novedad del mensaje de Luisa Piccarreta: La Divina Voluntad operante en la criatura y la criatura operante en modo divino en ella. La novedad es esta Gracia de las gracias, este “don de los dones”; que no solamente se haga lo que Dios quiere sino que su Voluntad sea de la criatura, forme en el hombre “Su vida”, para vivir y reinar con ella y en ella, en un intercambio continuo de voluntad humana y Divina que restituye a la criatura la semejanza perdida con el pecado.

De la voz que interiormente escucha, desde el día en que recibió la primera comunión, Luisa, con la Eucaristía, es conducida gradualmente a una asimilación de la Humanidad de Cristo. A través de un camino de gracias particulares se sumerge “dentro” de la Santísima Humanidad de Jesús y observa cómo en Jesús la Divinidad “dirigía en todo su Humanidad”. Jesús no hacía más que ponerse a merced de la Voluntad de Padre. Su comprensión del misterio de la redención obrada por Jesús, por tanto, progresa. De hecho, dado que en la Humanidad del Señor obraba su Divinidad, comprende con claridad que Jesús durante todo es trascurso de su vida terrena “rehacía por todos en general y por cada uno distintamente” todo lo que cada uno debía haber hecho por Dios. En este ambiente del Querer Eterno él veía todos los actos de las criaturas, los actos que se hubieran podido hacer y que no se hicieron y “los mismos actos buenos mal hechos”. Su obra redentora le hacía hacer los actos no hechos y rehacer “los malhechos”. Todo lo que cada uno debe hacer para amar a Dios, por tanto, ha sido “ya hecho primero en el Corazón de Cristo”. Los actos que no han sido hechos por las criaturas, hechos sólo por Jesús, están todos “suspendidos” en su Querer Divino y espera a las criaturas para que repitan en su Voluntad lo que él hizo o, en otras palabras, que estén dispuestas a “vivir en el Divino Querer de Jesús”.

La Virgen María, la Reina Celestial, fue la primera criatura que “repitió” todos los actos de su Hijo a beneficio de la humanidad. Quien quiere vivir en el Querer Divino tiene una Reina y Madre potente que suplirá lo que a ellos les falta, modelará todos sus actos conformándolos a los de Jesús en ella.

Luisa, estando en su lecho desarrolla una doble misión. Aunque permanezca siendo un alma víctima, vive su “oficio” de una manera nueva y original. Jesús le revela la segunda dimensión de la misión que le confía, o si se quiere un “segundo oficio”, que se desarrolla más sobre el plano del ser que del hacer. Le enseña a ser víctima pero en su Divina Voluntad. De hecho, de ese haber permanecido en cama por más de sesenta años, se habría esperado ‘simplemente’ una actitud de resignación, de obediencia, de abandono incondicional a la Voluntad de Dios, un Fiat de sumisión pasivo delante de Dios. En cambio, Jesús le enseña un modo diferente de estar en la Voluntad de Dios, es decir el de “entrar” o “fundirse en la Voluntad de Dios” sustituyendo en todo lo que hace su propia voluntad con la Voluntad Divina, en una actitud de participación activa y consciente al Querer de Dios.

Luisa “fundiéndose” en el santo Querer de Jesús se une con su Humanidad y constituida, como don, en un solo querer con Jesús como María, repite sus mismos actos. Es llamada a imitar ‘el modo’ mismo con que la Humanidad de Jesús ha cumplido la Voluntad del Padre. Se trata de una santidad “a cargo, a expensas de Jesús”.

Luisa Piccarreta en este modo de vivir es el “principio”, “la primera” a la cual seguirán muchos otros. Es más, con su vida, es solamente el anillo al que se enganchan una “multitud de almas” que, viviendo en el Querer Divino de Jesús, cómo y con María y Luisa reharán todos los actos de las criaturas para dar la gloria a Dios a nombre de todos.